¿Te cuesta concentrarte? ¿Notas más tensa tu espalda y/o tu cuello? ¿Te encuentras profundamente cansado e irritable? Si tu respuesta ha sido SI tres de tres, no te sorprenderá si te digo que te encuentras en la zona oscura de la curva de Yerkes-Dodson. En la entrada de hoy veremos qué explica esta curva, cómo puedes identificar el lugar de esta en el que te encuentras y, lo más importante, cómo volver a zonas saludables y de calma.

Aprovechando este tiempo de confinamiento y teletrabajo he asistido a varios webinars y estoy realizando diferentes cursos online. Uno de los más interesantes, sin duda, es el curso de Fundamentos de Liderazgo Personal impartido por el Dr. Mario Alonso Puig en la plataforma WOBI quien ha dedicado una lección al tema que nos ocupa, bajo el título “Reconocerse en la curva de Yerkes-Dodson”.

Siempre es un auténtico placer escuchar al Dr. Alonso Puig, gran comunicador que a través un storytelling impecable hace sencillo y entendible aspectos aparentemente complejos.

 

Necesitamos presión para dar lo mejor de nosotros mismos.

En 1908 Robert Mearns Yerkes y John Dillingham Dodson, psicólogos de la Universidad de Harvard publicaron un modelo que analizaba la relación entre la presión y el rendimiento, y cómo la primera influía en la segunda.

Con su investigación demostraron que todos necesitamos un cierto nivel de presión (estrés) para realizar con eficacia nuestras tareas cotidianas, especialmente aquellas que requieren una cierta complejidad mental.

 

Mario Alonso Puig para explicar esta relación, pone el ejemplo de nuestro rendimiento antes de un examen: cuando vemos la fecha lejana en el tiempo tendemos a permanecer relajados; a medida que la fecha se aproxima, como por arte de magia, logramos un mayor grado de concentración, de retención del conocimiento e incluso aumenta nuestra creatividad.

Además de presión, necesitamos motivación

Nuestro rendimiento también estará influido por un elemento importante: la motivación que sintamos a realizar la tarea.

  • Si la tarea a realizar no nos motiva, nuestro rendimiento será bajo.
  • Si la tarea nos sobrepasa, es compleja en relación con nuestras habilidades, no nos sentiremos motivados a realizarla, siendo complicado – por el estrés asociado- dar lo mejor de nosotros mismo.
  • En el término medio, cuando la tarea tenga un cierto grado de complejidad y sintamos cierta tensión o estrés “positivo”, es entonces cuando nuestro rendimiento será más sobresaliente.

Los diálogos interiores como generadores de estrés

Parece que la clave de este modelo está clara: la presión. Mario Alonso Puig habla de dos tipos de presión

Presión externa. Sería la carga de trabajo, objetiva y cuantificable.

Si llegas a la oficina y tienes cinco reuniones consecutivas y entre medias has de contestar cincuenta emails, la presión de trabajo es alta y real.

Presión interna. Es la que autogeneramos al contarnos de una determinada manera la historia de lo que nos está pasando. Me explico.

Imagina que llegas a la oficina, abres el ordenador y ves que a las tres reuniones que tenías planificadas se han sumado dos más y que, antes de la primera, has de leer y contestar  veinte de los cincuenta emails que tienes, porque en su asunto indican URGENTE; ante esta situación comienzas un diálogo interior del tipo: “Estoy harto, todo urgente y prioritario, y ¿Quién ha decidido sin contar conmigo que he de asistir a dos reuniones más? Y además ¡a la hora de comer! Este trabajo es un asco, no tienen ningún tipo de consideración, las personas somos números.”.…. ¿te suena?

Si nuevamente tu respuesta ha sido afirmativa, te reconocerás si digo que a medida que hablamos en estos términos con nosotros mismos, comenzamos a sudar, a hiperventilar, a irritarnos, a ponernos tensos, ¿verdad? Sin darnos cuenta comenzamos a desplazarnos alejándonos más y más del punto de rendimiento óptimo, activando el estado de alerta en nuestro cerebro.

Cuando esta situación deja de ser algo puntual para convertirse en una rutina más y o paras o el estrés tomará el control absoluto.

Señales de que el estrés te ha llevado a la zona oscura

Según el Dr. Puig hay tres señales claras e inequívocas de que estás en manos del estrés, en modo supervivencia.

  1. Te cuesta concentrarte. Te dispersas, cualquier pequeño detalle te distrae, te resulta complicado argumentar con coherencia, terminar informes, focalizarte en una tarea.
  2. Estás muy, muy cansado. No puedes con la vida. Te arrastras. Hablamos aquí de ese cansancio que hace que tu cuerpo pese un quintal y que no desaparece tras un sueño reparador (entre otras cosas porque tampoco duermes bien)
  3. Todo te irrita. Cualquier cosa, frase o detalle hace que saltes de una manera desproporcionada, perdiendo formas y fondo.

Estar en la zona oscura y no darse cuenta de ello es peligroso. El estrés (la activación del estado de alerta) puede cronificarse teniendo consecuencias tremendamente dañinas en primer lugar para tu salud, y posiblemente, para tus relaciones personales y sociales.

En ese estado de hipervigilancia  no podemos pensar con claridad ni tomar decisiones adecuadas, entre otras cosas porque nuestra mente está embotada, podremos decir palabras, frases, emitir juicios de los que luego muy probablemente nos arrepentiremos.

Por ello es importante estar atento a las señales tan pronto como estas aparezcan e intentar volver cuanto antes a la zona sana de presión.

Coge la linterna, has de volver a la zona luminosa

Volver a estados “saludables” de estrés pasa por buscar, encontrar espacios de recuperación a los que acudir de manera habitual y crear el hábito de hacer que nuestro cerebro visite periódicamente este lugar.

Es fundamental incorporar disciplinadamente pausas en nuestra agenda. Dedicar unos 5-10 minutos a desconectar, a cortocircuitar el mecanismo automático de estrés poniendo en práctica alguna de estas prácticas:

  1. Dar un pequeño paseo (si no puedes salir, intenta andar fuera de tu despacho o de la zona en la que trabajas, o subir/bajar escaleras).
  2. Leer algo que te atraiga, escuchar esa canción que te encanta.
  3. Cerrar los ojos y concentrarte en tu respiración.

Una vez recuperado el equilibrio, vuelve a las actividades que tenías sobre la mesa. La presión exterior puede continuar siendo la misma, pero la interior seguramente haya disminuido. De eso trata. 


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Fuente de imagen: Freepik
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